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    Club Deportivo Castellón - Año 1922
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El Bebedizo por Enrique Galindo

 

Unamuno marcó mi juventud, y mi vida.

Unos se iban de fiesta a Lagasca mientras yo me quedaba en casa leyendo Amor y Pedagogía, en las historias de Apolodoro metiéndole fichas a Clarita leí por primera vez la palabra bebedizo. Clara se fue con Federico, que era un chico menos rarito, y Apolodo se suicidó dejando antes embarazada a una sirvienta. El bebedizo no funcionó.

Es más que probable que Laparra no acuda hoy a las diez a los Juzgados a explicar qué hicieron sus socios y él con el dinero que la afición del Castellón y las administraciones públicas les dimos durante seis años para que gestionaran el Club.

No veo a Laparra desde el 2009, en el campo de Pinilla, en Teruel, fumándose un cigarro, mal afeitado, con una camisa de cuello blanco y una chaqueta gris. Parecía triste. Todavía no le había dado el infarto que lo apartó de la presidencia del Castellón pero en su cara se mostraban pocas alegrías. El deprimente negocio de las residencias de ancianos, el crack inmobiliario y el ser considerado un muñeco de trapo por la afición del club que presides no debe ayudar a acostarte por las noches ni satisfecho de tu trabajo ni satisfecho contigo mismo.

Las últimas noticias que tenía de él eran en el complejo de la Calderona, cerca de su casa, en Bétera. Me lo imaginaba tranquilo, servicial con toda la gente que conoció durante sus años de bonanza en un retiro descansado en su cincuentena preocupado ya solo de mantener la resolución de ser feliz, por encima de todo.

Empecé a sospechar que no era así cuando semanas atrás salió su nombre en prensa a propósito de la trama Gürtel y de De Cabo. El campo semántico del artículo era inquietante: pinchazo, blanqueo de capital, trama, detención, operativo, fianzas, alzamiento.

Ayer lo vi en las noticias, decían que era él, vestía unos pantalones blancos-crema, una camisa a rayas y una chaqueta con la que se tapaba la cabeza entera. Iba esposado y flanqueado por cuatro guardias civiles.

Desconozco a qué fue Laparra a Magallón, no sé si iría por amor o por la Gürtel, pero a Magallón, en cualquier caso, no se va por gusto.

La historia del bebedizo, el conjuro de amor, las duchas a las dos de la mañana y el frotarse el cuerpo con tierra de un cementerio es demasiado rocambolesca como para ponerlo como excusa inventada para tapar otra cosa, y demasiado ridícula como para dejarse ver en un tiempo.

Prefiero creer en la teoría del amor, la de un hombre soltero de cincuenta años al que sonrió la fortuna del dinero al calor de la burbuja pero ninguna más, un hombre dispuesto a pagar miles de euros a quien le asegure que haciéndolo será feliz junto a la mujer que ama.

Laparra, paciencia.

 

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