De la venganza a la salvación, por Enrique Galindo

Al principio fue algo parecido a la venganza.

No nos acabábamos de creer que Castellnou dejara caer al Castellón a tercera por impagos, no nos creíamos que Ayuntamiento y Diputación no hicieran nada y que el Club, abandonado a su suerte, acabara descendiendo mientras los que mandaban en la SAD hacían transferencias del dinero de los aficionados, de las instituciones y de la venta de jugadores a las cuentas de sus otras empresas. ¿Por qué lo dejaron caer?

Ahí, con el Castellón apaleado y medio muerto en medio de la calle, unos lo observaban con vergüenza y otros lo tocaban con un palo, a ver si aún respiraba o había que esperar un poco más, para acabar la faena.

Mientras tanto, en las puertas de Castalia, en los que no pretendemos otra cosa de esto más que seguir viendo jugar a nuestro equipo, fue germinando una profunda sed de venganza contra los que han dejado moribunda a esta institución cuasicentenaria de la ciudad.

La convicción de defender una causa justa y noble, las aportaciones económicas de todos los que creen en ella, el aliento de los que con su garganta y sus palmas animan incondicionalmente a este equipo en campos de pueblos que se caen a trozos, el abuelo que lleva a su nieto de la mano a Castalia y los ladridos de los voceros de los causantes del daño, todas esas cosas, organizadas, se convirtieron en un cesto de piedras con las que con mucha puntería intentar dar en la cabeza de alguno, y vaya que alguna dio, en toda la frente, y ahora el Juzgado es un sitio lleno de papeles, y más que habrá.

Porque ha sido el Juzgado, tras un ejemplar trabajo de la afición, quien ha abierto la puerta de las oficinas de Castalia, la misma puerta que no abrió Castellnou, ni sus cómplices, ni las instituciones, ni el establishment de esta ciudad, que huele a podrido.

Camino de los tres años de aquel verano de 2011 el Castellón continúa moribundo. A unos les sigue dando vergüenza y otros están esperando que deje de respirar para recortar el escudo de la camiseta albinegra y coserlo a la suya, indigna de antemano. De paso, mirar hacia el futuro y dejar en el olvido aquellos años en el que un grupo de empresarios de Valencia y de Madrid –hombres de futbol, nos dijeron-  vinieron a nuestra ciudad recoger el dinero de los aficionados, a recibir subvenciones y a construir en terreno aún sin recalificar.

Las vergüenzas, los silencios y las responsabilidades que destapa cada día este moribundo Castellón se están convirtiendo en motivos de peso para reanimarle, porque la cárcel es un lugar frío y oscuro y porque la viabilidad del Club pasa porque quienes se han llevado lo que no es suyo, lo devuelvan.